Estaba todo listo, solo faltaba esperar, Ángel estaba atento hasta el más mínimo movimiento, por eso Paula y los demás tenían que estarse totalmente quietos. Hubiera sido una buena táctica si el móvil de Paula no hubiera empezado a vibrar en el bolsillo de sus vaqueros. Dio gracias porque estuviera en silencio, sino hubiera sido así tendría que dar muchas explicaciones.
Sacó el móvil del bolsillo procurando hacer el menor ruido posible. El corazón empezó a bombearle con fuerza, casi temió que Ángel desde el otro lado del campo hubiera oído sus latidos.
Lucía había olvidado su tarea de vigilar a Ángel, solo tenía ojos para las mejillas sonrosadas de Paula y su nerviosismo incontrolado. Le hizo un gesto con la cabeza para que se alejara un poco y pudiera contestarle a Tristán, no había dudado ni un segundo de la identidad del llamante anónimo, solo Tristán lograba alterar a Paula. Lucía lamentaba que Paula se hubiese enamorado de su hermano, era algo imposible, su hermano era imposible, aunque le costase reconocerlo abiertamente.
Paula poco a poco se fue alejando, sin perder de vista ni un segundo de la mirada de Lucía fija en ella. Cuando creyó que estaba lo suficientemente lejos, contestó:
- ¿Tristán? – dijo ilucionada.
Esperaba que a pesar de que estaba tapándose la boca con la mano Tristán pudiera oírla y entenderla, no quería tener a curiosos pendientes de su conversación.
- Lamento decepcionarte Paula, necesito tu ayuda, Ángel está en peligro y tu eres la única a la que le da igual saltarse las normas, ¿te apuntas?
Intentó que su cara no delatase la tremenda desilusión que le había dado oír esa voz femenina, ¿Qué hacía Clara con el móvil de Tristán? ¿A qué se dedicaba Tristán en su ausencia?
- Siento desilusionarte, pero no tienes nada que hacer, serías como una hormiga a la que aplastar… Yo no voy a ser tu guardaespaldas, olvídalo, no voy a dejar que mueras en mi presencia, Tristán no me lo perdonaría jamás.
- Si no lo haces Tristán morirá con él, no está por ninguna parte, y me temo lo peor, ¿o acaso Tristán a dejado atrás alguna vez su móvil? – dijo dándole a su voz un tono desesperado – Por eso tengo que ir, tengo que ofrecerles un trato mejor, tengo que ofrecerme yo.
- ¿Tienes papel y lápiz para apuntar?
Era extraño pensar que se le daba mentir tan bien, siempre había conseguido lo que quería, pero sus tretas eran muy distintas, para su padre era un ángel, al perder a su mujer solo era capaz de complacerla hasta lo más mínimo, nunca le había gritado y con solo una sonrisa de su parte era capaz de hacer lo que quisiera con él. Posiblemente no había sido la chica mejor educada del mundo, pero sabía que había reglas, que el dinero no venía de los árboles y que la paciencia de su padre tenía un límite.
No se había dado cuenta de lo que iba significar poner en juego su plan, hasta que vio los coches pasar por delante de sus narices. Había llamado a Fernando para que la fuera a recoger, pero sabía que debía ir sola, con su propio coche. Sabía que no era un juego, había pasado la línea de romper las reglas de su padre, a romper la ley.
Bajo del coche con precaución, en la entrada de su casa estaba su precioso lamborghini blanco. Le había costado semanas convencer a su padre de que se lo comprase antes de sacarse el carnet, pero como todo lo había conseguido. Pensó para sus adentros si las pocas veces que lo había conducido en las prácticas serían suficientes, deseó para sus adentros que así fuera.
Fernando le abrió la puerta del coche, Clara por más que le había mirado no había logrado descifrar que es lo que pensaba, había pasado el día y la noche en casa de Tristán, pero eso no parecía importarle lo más mínimo. ¿Dónde le había dicho que había pasado la noche a su padre? El terror se adueñó de su cuerpo, no había pensado en las consecuencias de no haber llamado para decir una mentira de su paradero.
- Fernando, ¿puedo hacerle una pregunta? – Clara entendió su mutismo como una afirmación - ¿Dónde le ha dicho a mi padre que he pasado la noche?
- No se preocupe, su padre cree que ha estado con una compañera de clase, pero le aconsejaría ser más cuidadosa.
- Lo siento mucho no volverá a pasar, es que… es que…
Había intentado con todas sus fuerzas estar a la altura de lo que se esperaba de ella, pero la verdad es que le venía grande, no estaba preparada y no quería decepcionar a nadie.
Lloró desconsoladamente y escandalosamente, no había intentado retener las lágrimas, le daba igual que Fernando estuviera enfrente rígido como una estatua diciendo cosas incoherentes. No recordaba que nunca hubiera llorado de esa manera, sollozaba ruidosamente y se sonaba sin parar, cuando más intentaba controlarse más fuerte era el llanto.
Después de varias torpes maneras de consolarla, Fernando la abrazó con delicadeza, como si fuera una taza de porcelana increíblemente valiosa que tuviera miedo de romper, pero Clara no tubo tantos miramientos, lo abrazó con fuerza, le daba igual de quien fuera el cuerpo, necesitaba calor humano.
Cuando por fin se apartó vio como le había manchado de lágrimas y mocos la chaqueta, avergonzada apartó la mirada y un leve rubor cubrió sus mejillas.
- Lo siento, le he estropeado la chaqueta – dijo entre hipidos.
- No pasa nada, con un poco de detergente se irá – dijo sonriéndole.
Clara no sabía si fue la falta de costumbre de ver su rostro sonriente, pero más que tranquilizarla le dio miedo.
Fernando no era un hombre dado a las muestras de cariño, a Clara de pequeña le daba miedo y no se acercaba a él a menos de un metro de distancia, su gran altura y su cuerpo fornido le hacían parecer peligroso, tampoco ayudaba su expresión siempre seria y sus penetrantes ojos, no eran precisamente el rasgo de una persona de confianza. Era el tipo de persona que te encuentras en una noche oscura por la calle y cruzas a la otra acera.
Clara había insistido con todas sus fuerzas y rabietas que se contratase a otro chófer, pero increíblemente su padre supo mantenerse firme. Ahí es cuando Samuel y Clara decidieron que Fernando le había lavado el cerebro a su padre, aunque pensándolo bien también habían pensado que era un hombre con el cuerpo de un mono.
Clara hecho de menos el humor negro de Samuel, en varios aspectos a medida que avanzaba de edad podían considerarse sus observaciones ofensivas, pero las carcajadas estaban aseguradas. Por culpa de ese estúpido poder había perdido a su mejor amigo, sino hubiera estado tan estresada no le hubiera gritado.
Sintió dos lágrimas volvían salir por su amigo perdido, a pesar de las tristeza, no pudo evitar una sonrisa por la expresión horrorizada de Fernando. Tal vez en un pasado había pensado que era invencible, que nadie podría con él, pero esa imagen se difuminó al ver el pánico que le causaba un par de lágrimas.
Fernando con un gesto de resignación la volvió a abrasar, está ves no tubo tanta delicadeza, por lo que se dio cuenta de a la temperatura que estaba el cuerpo de Clara.
- ¿Es mucho pedir que los jóvenes tengan un poquito de responsabilidad? Clara estás muy caliente, debes tener por lo menos treinta y nueve de fiebre, sabía que no podía dejarte sola con él, pero confiaba en que por lo menos tendría la decencia de cuidarte. Hace mucho tiempo inventé un remedio para estas situaciones, a tu madre le fue efectivo, pero antes de tomarlo por lo menos Eduardo tenía la decencia de no dejarla tirada.
Clara se puso tensa, ¿qué sabía Fernando de la procedencia de su fiebre? A decir verdad, Clara no sabía nada acerca de Fernando, siempre había sido una figura misteriosa, era como su sombra, nunca molestaba pero siempre está ahí.
Clara se dejó conducir por los pasillos hasta la habitación de Fernando, no recordaba haber estado en ninguna otra ocasión en esa habitación, Samuel y ella habían intentado entrar indefinidas veces, pero siempre estaba cerrada. Una puerta cerrada siempre es un misterio, un niño siempre intentara entrar para descubrir los secretos que encierra, en cambio si está abierta puede que ni la mire. Las aventuras más insólitas siempre están a la vista, depende de la persona que mire.
A pesar del miedo que Clara sentía, la emoción por ver que se encontraba detrás era aún mayor.
Podía decirse que su habitación, era tan misteriosa como él, apenas contenía muebles, y los pocos que habían eran de uso imprescindible: un ropero, una mesilla de noche, una cama, un estante para los libros y un armarito de uso restringido. Era desilusionante que después de años de duro esfuerzo por ver que se escondía detrás de esa puerta se encontrase una habitación tan aparentemente normal.
Fernando se sacó una llave del bolsillo, con cuidado de que Clara no se diese cuenta, pero no fue lo bastante rápido. Los perspicaces ojos de Clara no saltaron por alto tal descubrimiento, y le volvió la esperanza de que en ese cuarto pudiera encontrar un increíble hallazgo.
Fernando abrió el armarito tras dar vuelta a la llave concienzudamente, dentro había un montón de frascos de aspecto sospechoso que Clara no pudo ver bien, pues Fernando se había colocado estratégicamente para que así fuera.
Después de esperar unos minutos mientras Fernando rebuscaba entre sus potingues, por fin encontró lo que buscaba, un frasco negro con una etiqueta que ponía “Antídoto contra la bestia”.
- ¿Quién es la bestia? – no pudo evitar decir Clara.
- Tu tío – dijo Fernando con malicia.
- ¿Mi tío? Siento contradecirle, pero debe de ser un error, mi tío Alejandro es un hombre de lo más respetable, mi padre no se cansa de repetirme su alto cargo.
- Conozco a Alejandro lo bastante para saber que tus palabras son ciertas, pero no me refería a ese tío. Te hablaba de uno más lejano, murió antes de que tú nacieras, tuviste esa suerte…
- ¿Tan malo era? Sus palabras dejan traslucir demasiado rencor para un cuerpo humano.
- ¿Quién te ha enseñado a hablar así? Si fueras un chico no hubieras sobrevivido tanto tiempo en el colegio – su mirada se posó en el cuadro de una mujer en su mesita de noche, su voz se convirtió casi en un susurró y Clara solo pudo oír – No he cumplido mi promesa… Lo siento…
- ¿Quién es la señora de la fotografía? ¿Era su esposa?
- No – dijo con amargura, Clara supuso que deseaba que así hubiese sido - era mi mejor amiga, tu madre…
- Eso es imposible, he visto fotos de mi madre y no es esa mujer, se ha confundido.
- Me refiero a tu madre de verdad Clara, pensé que nunca tendría que decirte esto, pero por lo visto tu padre no tiene la intención de hacerlo. Lo que te voy a contar probablemente te choque al principio, pero ya eres lo suficiente mayor para saberlo, y no puedes vivir toda tu vida en la ignorancia.
- Cómo ya te debe haber contado Tristán, – dijo cortando la pregunta de Clara – Los poderes se transmiten de padres a hijos, después de esto están condenados a morir o a volverse completamente locos. Cuando mi madre tubo a Eduardo su padre murió, pero mi madre no tardó mucho en sustituirlo por mi padre, un hombre completamente normal y mundano, de ahí mi falta de poderes. A medida que pasaba el tiempo Eduardo adquiría habilidades que ningún ser humano poseía, como curiosos que éramos, no tardamos mucho en escaparnos en busca de respuestas, y así fue como conocimos a Isabel. Los dos nos enamoramos de ella, parecía imposible no hacerlo, era igualita que tú físicamente, pero lo que en realidad nos sedujo fue su carácter intrépido y alegre. Pero como era de predecir, un humano como yo no era suficiente para ella, solo era su amigo cerebrito que estaba siempre para sacarla de algún lio, en cambio Eduardo captó su atención de inmediato, era poderoso, atractivo y encantador. No tardaron mucho en salir juntos, pero al igual que tú se dieron cuenta demasiado tarde del peligro que eso suponía para ellos, se pusieron gravemente enfermos, estuve a punto de perder la esperanza, hasta que descubrí la cura en unos de mis muchos intentos de búsqueda – dijo señalando el botito – Pero ya era demasiado tarde, Eduardo al creerse muerto, le había puesto los cuernos con Paz dejándola embarazada de Tristán – dijo respondiendo a la pregunta no formulada de Clara de por qué sabía el nombre de su “novio” – Eso fue un duro golpe para Isabel, y en una noche de borrachera cometimos la estupidez de pasar los límites de la amistad. Y bueno más o menos esa es la historia, después te tuvo a ti y me dejó a cargo de tu cuidado como su amigo y como tu padre. Fue ahí cuando decidí que lo mejor para ti era que te cuidara un hombre como Elías, tu padre.
Fernando prefirió ocultarle la parte en la que él insistía con todas sus fuerzas a Isabel que abortara, que no le abandonase, todo una perdida de tiempo, ella se había ido y no podía evitar pensar al ver a su hija que ella no debería estar aquí.
Clara estaba en estado shock, no podía creerse esa historia y aún así todo tenía sentido, pensaba que ya nada podría sorprenderla después de todo lo que estaba viviendo, pero una vez más se equivocaba. Estaba claro que su padre no quería saber nada de ella, pues todos en todos sus años no le había dirigido la palabra, como si su presencia le incomodase.
- Clara soy consciente de que ahora mismo no quieras ni verme, pero tienes que tomarte esto – dijo alcanzándole el antídoto – posiblemente creas que te sientes mejor ahora mismo, pero la verdad es que igual que te estás recuperando, también empeoraras hasta que ya sea demasiado tarde, hazlo por tu madre.
Clara agarró el frasco y se fue sin dirigirle la palabra, tenía que alejarse lo antes posible, no aguantaría mucho más tiempo sin llorar y no quería darle esa satisfacción. Últimamente sentía como si sus nervios estuviesen a flor de piel, y todas esas lágrimas contenidas durante años saliesen a la mínima oportunidad.
Para colmo no podía conducir en ese estado, pues sus ojos llorosos no dejaban que viera la carretera, y cada vez que intentaba serenarse salían más lágrimas.
- ¿Te llevo a algún sitio? – dijo Fernando preocupado al lado del despampanante descapotable.
Clara le dedicó una mirada furiosa, pero él hizo caso omiso:
- No creo que sea buena idea que conduzcas en este estado, y viendo que no tienes carnet de conducir debe de ser muy importante – dijo cruzándose de brazos al no oír contestación alguna – será mejor que me digas donde quieres que te lleve, porque no te voy a dejar ir a ningún lado conduciendo.
Como única respuesta Clara se puso en el asiento del copiloto, y le dio la nota con la dirección a la que se dirigía. No se sentía con fuerzas para dirigirle la palabra, pero tenía que dirigirse al lugar de la batalla cuanto antes.
Durante todo el camino, Clara y Fernando se mantuvieron ocupados con la vista en la carretera sin articular sonido alguno. Pero ese mutuo acuerdo de silencio que habían pactado sin necesidad alguna de palabras, se vio roto al final del trayecto cuando Fernando quiso saber donde se dirigía con tanta prisa.
- ¿Desde cuando eso te importa?, padre – dijo recalcando la última palabra con sorna.
- Nunca es tarde para enmendar los errores Clara, solo quiero volver a empezar.
- Llegas diecisiete años tarde – dijo dando un portazo – Aunque, no creo que te tengas que preocupar más por mi después de está tarde papi.
Clara se fue con paso firme dando así por zanjada la conversación, pero al parecer Fernando no estaba por la labor:
- ¿Qué quieres decir Clara, donde vas?
Clara no pudo evitar sonreír malévolamente, no se reconocía, era otra persona, como si cada segundo que pasaba la oscuridad se fuera adueñando de su cuerpo poco a poco. Era como si todo lo que le estaba pasando le estuviese endureciendo de tal forma que ya no le importaba nada ni nadie, solo sus intereses, posiblemente las lágrimas que había soltado unos minutos antes fueran las últimas porque estaba dejando de importarle todo. Cada vez era más astuta, su mente era capaz de idear planes a la velocidad de la luz y en todos se salía con la suya, da igual quien pagara el precio. Había olvidado la razón por la que estaba allí. De pronto se acordó de Ángel y soltó una risa histérica, ¿De verdad se había planteado la mera opción de arriesgar la vida por él? Había aprendido durante toda su vida en no confiar en nadie, cada vez que se permitía que alguien entrara en su vida acababa destrozando lo que tanto le había costado construir, si solo confías en ti mismo nunca te decepcionaran. Posiblemente la única persona en la confiaría siempre ciegamente es en Lucía, no era igual que él, era todo lo que él querría ser, pero que sabía que nunca sería así. Y por otro lado estaba ella, Clara se vio desde otros ojos, era perfecta, inalcanzable, su risa era capaz de sacar lo que aún quedaba con luz de su interior.
Clara volvió en si de nuevo, se había caído y por lo que supuso también había perdido el conocimiento. Fernando la miraba preocupado, y cuando vio que abría los ojos le dio de beber un líquido con un sabor que nunca había probado, pero que tampoco la desagradaba. Tosió unas cuántas veces y se puso en pie con la ayuda de Fernando, se sentía un poco mareada pero era un alivio comparado con la sensación de vacio que segundos antes la embargaba.
- ¡Creí haberte dicho que te tomaras el antídoto! ¿Sabes el mal rato que me has hecho pasar?
- Y yo creí que no te importaba lo que haga o deje de hacer. Ahora si no te importa, ¿me quieres explicar que acaba de pasarme?
- Al no haberte tomado el antídoto por culpa de tu estúpido orgullo, hiciste que Tristán entrara de tal forma en tu cabeza que anulaba cada uno de tus sentidos, pero aún así tu ser todavía intentaba resistirse a la invasión total de tu cuerpo, unos segundos más y te hubiera destruido por completo, lo que no me explico es como lograste volver tú sola, ¿que estaba pensando Tristán para que lograras vencer su muralla?
De pronto Clara lo recordó todo, lo último que había sentido antes de despertar. No pudo evitar ruborizarse, porque si había tenido alguna duda sobre los sentimientos de Tristán hacía ella, fueron disipadas, ¿cómo una persona de apariencia tan cruel y despiadada podía enamorarse y sentir de tal forma?
Fernando dio por contestada a la pregunta por la expresión de Clara, pero aún así no pudo evitar sentirse un tanto perplejo. Tristán debía de quererla como Eduardo nunca quiso a Isabel, como el si lo hizo. No pudo evitar preguntarse si la quería lo suficiente como para arreglar lo que estaba roto.
Durante todo el tiempo que había estado en Madrid el siguió cada paso del chico, llegando a comprenderlo y dándose cuenta que nunca olvidaría lo que había hecho o dicho en el pasado, había pensado que estaba perdido, no se podía hacer nada por él, pero ahora se preguntaba, ¿era eso cierto? ¿Sería capaz su hija de devolverle a la vida?
- Espera un momento, ¿y Tristán? Si a mí me ha pasado esto ¿no debería haberle pasado a él lo mismo?
- Claro, cuando vuestras esencias se fusionaron, una parte de los dos se introdujo en el cuerpo del otro, por eso sentiste que te quemabas viva Clara, es el poder del fuego. A medida que pasa el tiempo los dos seres intentan eliminarse mutuamente, hasta que el cuerpo no lo aguante más y muera.
- ¡¿Me estás diciendo que ahora mismo Tristán se está muriendo y no me has dicho nada?! – gritó Clara arrancándole las llaves de la mano y subiéndose al coche a toda velocidad.
Fernando se interpuso situándose en frente del coche sin dejarla pasar, Tristán era un peligro para ella, y si tenía que pagar de alguna manera su ausencia durante todos esos años, sería salvándola de tal espécimen.
- Si tengo que decidir entre la vida de Tristán y la tuya no dudes ni por un segundo que no acelerare ahora mismo. Es una persona, si ahora mismo decidiéramos dejarlo morir sería como si le estuviésemos asesinando.
- Iré yo – dijo Fernando con un suspiro sabiendo que no había nada que hacer – Si no me equivoco tu tienes algo que hacer aquí, además tú no tienes esto – dijo señalando la llave que utilizó para abrir el armarito de las “pociones”.
Clara le dio un abrazo emocionada, y salió corriendo donde deberían estar combatiendo sus amigos. No se le paso por la cabeza en ningún momento que quizás Fernando nunca llegase a darle el antídoto a Tristán.
Tristán se sentía desolado, la información se le acumulaba, aún seguía sin dirigir que Fernando fuese su padre, sencillamente no era posible, ¿tan repulsiva era que su propio padre no quería saber nada de ella? Cada vez que la miraba a la cara quería morir, siempre había pensado que la obligación de los padres era querer a sus hijos, fuesen como fuesen, pero por alguna razón cada vez que lo miraba veía como rehuía su mirada, y en los diecisiete años que habían convivido juntos solo había aceptado ordenes, posiblemente nunca le había oído hablar hasta ahora. Por eso tenía que salvar a Tristán, si en algún lugar de su frío corazón sentía algo por su hija lo salvaría, o por lo menos albergaba esa esperanza. Tristán era terriblemente complicado, pero a medida que pasaban los días se sentía más unida a él, era diferente a los demás, a penas sabía nada de él y seguía siendo un misterio, lo único que sabía es lo que el sentía por ella, y que quería estar con él la mayor parte del tiempo aunque fuera peleándose.
Lo último que pensó fue en el recuerdo de su beso con Clara, fue doloroso pues su cuerpo estaba ardiendo, pero aún así solo quería que no se acabase, pero fue en vano, segundos después una luz blanca lo cubría todo.
Tristán dejó caer su cuerpo en el frío suelo, cerró los ojos y se dejo llevar por la repentina claridad que lo cubría todo, por fin estaba solo, completamente solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario