jueves, 29 de diciembre de 2011

CAPITULO 15. EL SECUESTRO.


Clara se despertó en una habitación preciosa, estaba acostada en una cama inmensa, y tan comoda que era digna de los mismísimos reyes. Las paredes estaban adornadas con distintos símbolos dorados que hacían juego con la colcha, y le daban un aire misterioso a la habitación. En frente había un pequeño escritorio, encima había unos papeles cuidadosamente apilados al lado de un portátil qué desentonaba completamente con la estética de la habitación. También se fijo que unas enorme cortinas verdes que daban a un balcón lleno de flores y regaderas.
       Maravillada fue a ver la terraza, pero una voz desde la puerta la retuvo:
-        No te recomiendo salir, está lloviendo a cántaros.
Ricardo estaba apoyado en la puerta sonriéndole como si horas antes no le hubiese pegado con la empuñadura de la espada.
-        ¡Ya, me estás explicando que hago aquí! Lo único que recuerdo es a ti abalanzándote sobre mí, que por cierto también me tienes que dar explicaciones sobre eso.
Ricardo volvió a sonreír, al parecer Clara no era consiente de la situación en la que se encontraba. Parecía tan… indefensa… Se quito rápidamente está idea de la cabeza, no era la dulce chica inocente que aparentaba ser.
-        Digamos que te he secuestrado y te he traído hasta aquí para llevarte ante mi jefe.
-        ¿Y la cama de matrimonio?¿También me vas a violar? Tenía entendido que a las prisioneras se las encerraba en una mazmorra mugrienta, aunque comprendo que se te quiten las ganas de hacer nada con ese olor.
Ricardo se le quedo mirando incrédulo. ¿Qué persona dentro de sus cabales bromeaba en una situación así? La miró detenidamente y se dio cuenta de que estaba templando, miraba a todas partes en busca de una salida probablemente. Las bromas eran una forma de protegerse contra la realidad.
-        No hace falta que sigas fingiendo, tu y yo sabemos quien eres realmente así que no veo la necesidad.
Al fin pareció aceptarlo porque lágrimas de angustia se deslizaban por sus mejillas, pero fue muy rápida en secárselas y mantener la compostura.
-        Tienes razón sabes quien soy, lo sabes porque te he contado mi vida, ya se que me salte una parte importante, pero ya comprenderás por qué, no te mentí en ningún momento, es más apenas unas semanas antes no sabía nada de esto y ahora que lo se no cambia nada, sigo siendo la misma estúpida de siempre, mi vida a cambiado, pero no voy a dejar que eso me cambie a mi. Por favor, confía en mí – dijo casi suplicando.
-        ¡No lo entiendes! Sabía desde el primer momento que estabas con ellos. ¿De verdad pensaste que me iba a creer que te habías perdido a unos pocos metros de la carretera? Pensaba que podía hacerte cambiar, ir al bando correcto, pero no sabía que eras una de ellos, un monstruo.
Ricardo apretó con fuerza una especie de colgante, por un momento Clara pensó que lo iba a romper, pero en el último segundo relajó el brazo y suspiró cansado.
Clara se dio cuenta de que tenía ojeras y que se esforzaba mucho en tener los enrojecidos ojos abiertos.
-        ¿No has dormido en toda la noche? – preguntó sorprendida.
-        ¿Cómo voy a dormir si tengo que preocuparme de que no te pase nada? Al mínimo descuido entraran aquí y te mataran, si no fuera por mí estarías muerta. Te odian y te guste o no me necesitas. – dijo zanjando la conversación.
A Clara no le gustó la idea de que al otro lado de la puerta la estuviesen esperando un montón de hombres queriéndole cortar la cabeza, pero la reconfortaba la idea de que a Ricardo le importase lo suficiente como para querer protegerla. No estaba todo perdido como le había hecho creer, él no la odiaba, y con esfuerzo podía hacer que cambiase de opinión respecto a ella.
-        No creo que seas de mucha ayuda en ese estado, necesitas descansar, aprovecharan cuando crean que estás rendido, podemos hacer guardia, si pasa algo te despertaré.
Dio un paso atrás asustado, por alguna extraña razón le tenía miedo y no confiaba en ella.
-        Sabes que tengo razón, me parece estúpido tu miedo, podría matarte ahora mismo, no tienes reflejos ni fuerzas suficientes, pero no lo he hecho aunque por lo que has dicho no se si tus amigos tendrán contemplaciones – dijo otorgándose fuerzas que no creía que tuviese.
Ricardo se acostó resignado, quiso quedarse despierto, solo descansar el cuerpo, pero los ojos se le iban cerrando poco a poco. Mecánicamente se metió la pulsera en el bolsillo para que Clara no la cogiera, pero pudo reconocer que era su pulsera con forma de águila que le había enseñado antes.


  




Tristán estaba desolado, apretaba los puños con todas sus fuerzas, reprimiendo el impulso de pegar a alguien. Buscaba a alguien a quien culpar, pero el único culpable era él.
Lucía viendo que había pasado el tiempo suficiente se acercó, era hora de interrumpir su tormento, y si alguien podía sin sufrir daño alguno era ella:
-        No vas a conseguir nada estando ahí sentado, levanta el culo y arregla el desastre que has hecho, pero no te rindas sin intentarlo si quiera.
Normalmente no utilizaba ni el tono ni las palabras tan duras que le había dicho a su hermano, pero si había un momento para hacerlo era ese, no podía quedarse sentada viendo como su hermano iba perdiendo las ganas de vivir.
Diego escuchaba interesado la conversación desde un punto considerable, lo suficientemente cerca como para intervenir si la cosa se ponía fea, y lo suficientemente lejos para no ser visto. Lucía había sido muy valiente al acercarse a Tristán en ese momento, y mucho menos para darle una reprimenda.
Tristán asintió y se fue al coche en busca del teléfono, después se evadió del mundo gritando enfurecido, todos los presentes coincidieron en que a ninguno le gustaría estar al otro lado.
-        Has sido muy valiente – dijo Diego asombrado por su propio cumplido.
-        Gracias… - le respondió un tanto confundida.
Había sido… raro, raro era la palabra adecuada, ¿por qué de repente se mostraba tan amable? Lo único que se le ocurrían eran fines diabólicos, ¿acaso intentaba ganarse su confianza para que combatiese? No quiso darle más vueltas, lo mejor era irse.
-        ¿Se puede saber que estás haciendo?¿Te crees que no os vi antes? Y ahora esto, aléjate de ella. ¿Desde cuando te preocupas tanto por ella? Tristán te partirá el cuello cuando se entere – le reprochó Ángel.
-        No tiene por qué enterarse, ¿no? No te conviene que lo haga. Aquí no está pasando nada, simplemente intento entablar conversación con la chica que me ha salvado la vida.
-        ¿Cuándo has intentado entablar conversación con alguien?
Diego apretó la muñeca de Ángel con todas sus fuerzas, no le iba a soltar hasta no escuchar lo que quería oír, y poco a poco iba poniendo más presión.
-        Vale, vale, no ha pasado nada, ¡suéltame!
-        Así me gusta – dijo soltándolo con una sonrisa.
Cuando se giró Lucía miraba horrorizada la muñeca enrojecida de Ángel. Diego intentó decir algo, pero ya se había ido.
Furioso le dio un puñetazo con todas sus fuerzas a un árbol. Una risita repelente a su espalda le retuvo el siguiente puñetazo. Se giró con los brazos en alto dispuesto a pelear, pero solo era el humano que había traído Tristán consigo.
-        Será mejor que te vayas si no quieres recibir una paliza – le amenazó.
Con una sonrisa de suficiencia dio media vuelta y se fue.





Clara había comprobado que el portátil del escritorio tenía conexión a internet, el balcón estaba abierto y resultaría muy sencillo salir escalando. Todos los indicios decían que Ricardo quería que se fuese, y por ello no lo haría.
No era estúpida, había cogido la pulsera, si la tenía en su poder podía sacar ventaja, por alguna razón se había interesado por ella, y si amenazaba con romperla tendría cierto poder sobre él. No tenía su móvil y si se comunicaba por internet para decir que estaba bien podrían rastrearla.
Se había dedicado a comer y beber mientras  veía la tele por internet, hasta que pudo oír como al otro lado de la puerta estaban intentaba forzar la cerradura.
Asustada fue a despertar a Ricardo, le cerró la boca para que no gritase y levantara la alarma, pero ocurrió justo lo contrarió. Pensando que iba a asfixiarlo le mordió la mano con todas sus fuerzas y le gritó:
-        ¡Se puede saber que haces! – Clara le mandó a callar y señaló la puerta.
Tras uno segundos de silencio, Ricardo pudo oír el traqueteo de la cerradura.
Maldiciendo fue a coger su espada y la mandó a que se estuviese quieta y callada detrás de él. Segundos después la puerta se abrió
Una mujer se abrió paso. Su pelo rubio le llegaba hasta la cintura, sus ojos eran de un color azul claro, pero lo que más le llamaba la atención de estos era su tamaño. En general era una mujer muy guapa y bastante delgada.
Ricardo dejó caer la espada con un suspiro:
-        ¿Se puede saber que haces mamá?
-        ¡Que qué hago! Mi hijo se encierra con una completa desconocida que quiere matarlo, ¿ y me preguntas que qué hago? Ahora mismo estás saliendo de está habitación y entregándosela a Marco, que se encargue él.
Un disparo les hizo dar un brinco a los tres, pero solo era la película que momentos antes Clara estaba viendo.  Ricardo y su madre se dieron cuenta por primera vez de las provisiones de comida y bebida que estaban desperdigadas por el suelo y que el portátil estaba encendido.
   Ricardo no pudo evitar sonreír, pero su madre estaba horrorizada:
-        ¡Estaba preocupada por ti, mientras tu veías una película con el enemigo! Ricardo esto ya es el colmo, sal de aquí inmediatamente antes de que me de algo.
-        La verdad mamá, la que va a salir de está habitación tendrás que ser tú, Marco me encomendó cuidar de esta chica, y me prohibió el paso de cualquier persona, así que me temó que tendrás que salir inmediatamente. Sabes perfectamente que al que realmente tendrías que temer es a Marco, no a está adorable chica – Ricardo le pasó la mano por el hombro a Clara, y sonrió a su madre mientras se iba.
-        ¿Se puedes saber que haces? – dijo Clara apartándose.
-        Tranquila no dirá nada, solo intenta protegerme pero lo entenderá. Además, ¿cómo puede pensar que está cosita tan pequeña puede hacerme daño? – dijo mirándola de arriba abajo.
Clara sonrió y volvió a sentarse en la cama para seguir viendo la película.
Ricardo completamente desvelado se sentó junto a ella y le preguntó:
-        ¿No has contactado con nadie? Ya te habrás dado cuenta de que el ordenador está conectado a internet. Todavía no me puedo creer que estés tan tranquila viendo películas y comiendo – dijo metiendo la mano en la bolsa de papas fritas.
-        No entendía por qué tenías tantas ganas de que me fuese, por lo que decidí quedarme a averiguarlo, y no me puedes reprochar que en medio de mi encarcelamiento me entretenga un poco.
Ricardo puso los ojos en blanco:
-        Deja de hacerte la valiente,  yo en tu lugar estaría muerto de miedo. Estoy dispuesto a ayudarte todo lo posible, pero déjame hacerlo.
-        ¡Si dejo de fingir solo un segundo me derrumbare! ¿Sabes por qué? Porque ahora mismo todos mis amigos deben de estar súper preocupado buscándome sin saber como estoy, incluso mi padre, así que no me digas que deje de fingir, porque en el momento que baje la guardia no se si podré soportarlo.
Ricardo buscó en su bolsillo y le tendió su móvil:
-        Puedes llamarles, de todas formas no podrías decirles aunque quisieras donde estás.
Clara incrédula le abrazó con todas sus fuerzas sin parar de darle las gracias. Ricardo no movió ni un solo músculo hasta que se apartó, cuando le dijo:
-        Si lo que querías es meterme mano podías haberlo dicho desde un principio y haberte ahorrado el numerito.
Clara no había oído lo último, se había encargado de llamar a su padre diciéndole que quizás pasaría algunos días con sus amigas. Pero ahora tocaba lo más difícil, había decidido que llamaría a Ángel, era el único que no le pasaría el móvil a Tristán, y eso era lo último que necesitaba en ese momento.
Después de tres interminables pitidos una voz insegura al otro lado contestó:
-        ¿Sí?
-        ¡Ángel! Estás bien, me asustaste pensando que podía haberte sucedido algo.
-        ¿Clara?¡Dios Clara estábamos muy preocupados por ti! Dime ahora mismo donde estás y vamos a por ti.
-        Verás… no puedo decírtelo… solo llamaba para decirte que estoy bien, no me pasará nada en serio, cuando menos te lo esperes estaré de vuelta – lo dijo de corrillo rezando para que no se notase la falsedad de sus palabras – Hasta pronto vale, cuídate.
Clara colgó antes de que pudiese decir nada, y le dio el móvil a Ricardo.
-        ¿Por qué de repente confías en mí?
-        Supongo que ya no pareces tan peligrosa – dijo tocando inconscientemente el bolsillo trasero del pantalón, pero al no notar nada gritó - ¡Dónde lo tienes!
Clara dio un paso atrás asustada, se había dado cuenta de que había cogido su pulsera, en resumen estaba perdida.
-        Mientras dormías vi que tenías una pulsera monísima en el bolsillo, y cuando me acerqué a verla pensé que era igualita a la mía, hasta que me di cuenta de que efectivamente era mía, ¿qué cosas no? – dijo sarcásticamente.
Ricardo divertido hizo una mueca para ocultar su sonrisa, ante todo tenía que recuperar la pulsera.
Clara vio como Ricardo si abría paso por toda la habitación dejándola patas arriba, al parecer no creía que estuviese en su posesión, pero estaba muy equivocado, estaba uno de los dos únicos lugares donde no podía cogerla, su escote.
-        Antes de nada. ¿por qué tanto rollo? Quiero decir es solo una pulsera, ¿tan mal estás de dinero?
-        No me puedo creer que no te hayan explicado nada, esa pulsera es la clave de que aún tenga cabeza, si descubren que tienes en tu posesión el águila me matarán, ¿de verdad quieres eso?
Ricardo había utilizado su última arma, si daba suficiente lástima quizás se compadeciese y se la diese por las buenas.
        Clara no sabía que hacer, no quería que le pasase nada por su culpa, pero no podía darle ese medallón en concreto. Su padre se lo había dado con mucho cariño, era el tipo de joya que había pasado de generación a generación muy importante para su padre, si lo perdía ya podía despedirse. No la regañaría ni nada parecido, se limitaría a hablar con monosílabos durante meses, dependiendo de lo grave que fuese lo que había hecho. Si perdía algo de tanto valor la mudes le duraría mínimo un año, más el castigo correspondiente. Los padres normales, los de las películas, gritarían a más no poder y el adolescente enfurecido daría un portazo y se encerraría en su cuarto, pero en su caso y el de sus amigos las cosas eran muy distintas, no eran precisamente los padres más exigentes del mundo, y a las empleadas a su cargo no se les permitía gritarles.
        En el caso de Samuel era más divertido, su madre no paraba de leer revistas de cómo ser madre, de cada revista el resultado era todavía más bochornoso, llegó hasta tal punto que más que una madre parecía una entrenadora de perros.
-        No sabes cuanto lo siento… Te la daría te lo prometo, pero… No puedo, mi padre no me lo perdonaría jamás, creo que era de mi madre.
Ricardo interesado dejó de buscar y clavó la mirada en Clara, podría sacar ventaja de esa situación al fin y al cabo... Se sentó a su lado y le cogió la mano en un intento de darle “ánimos”.
-        Has dicho era… no sabes cuánto lo siento, y te entiendo - hizo una pausa -  En realidad mis padres siguen vivos, pero algunas veces pienso…. No me mires mal no les deseo ningún mal, pero no sabes cuánto daría porque mi padre se fuese y nos dejase en paz, la vida sería mucho más fácil, incluso podríamos ser amigos, o algo más…
-        ¿Ahora es cuando esperas que yo siga contándote mis “traumas” familiares? Supongo que no tengo nada que perder, y nada que ocultar.
Clara volvió por segunda vez en ese día a desahogarse con Ricardo, solo que esa vez no se ahorró casi ningún detalle.  Suponía que no había ningún mal siempre que se ahorrase el paradero de sus amigos tanto sus cosas personales, si alguien iba a salir perjudicado sería ella misma.
La puerta se abrió y ante ellos volvía a presentarse la madre de Ricardo, solo que detrás estaba toda una escolta de hombres.
Ambos se levantaron al unísono pero era demasiado tarde, todos habían visto como los dos sentados en una cama de matrimonio hablaban amigablemente cogidos de la mano.
-        Quería informarte de que Marco quería hablar con la chica – dijo la madre consternada antes de marcharse.
Ricardo y Clara se miraron asustados, su pequeño pacto de amistad iba a tener graves consecuencias.
Clara murmuró un lo siento antes de ser arrastrada por el pasillo. Lo último que vio es a un hombre corpulento interceptando a Ricardo por el camino y tumbándolo de un puñetazo. Quiso gritar e ir a su lado, pero solo empeoraría las cosas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario